Era
pequeña. Tendría nueve o diez años. Estaba sentada en el tronco de un árbol que
un rayo travieso había partido en dos. Con sus codos apoyados en sus rodillas y
las manitas sosteniendo su cara, miraba el paisaje verde coronado de montañas
nevadas, allí en su Asturias Natal.
De
vez en cuando se fijaba en las ovejas que pastaban a su alrededor y las
contaba. Si alguna de ellas faltase, tendría que salir a buscarla, tal la orden
recibida. A su lado una cestita con su merienda.
Sus
pensamientos volaban. Pensaba en su mamá y en sus tres hermanitos, dos mujeres
y un varón, que estaban haciendo distintas tareas por el campo. En su papá ya
no pensaba. Los había dejado cuando ella era bebé para ir a probar suerte a
otro país y nunca había regresado. Tal vez ella, en algún momento, podría hacer
lo mismo y salir de esa monotonía que la aburría.
Y
ese “Tal vez” se dio cuando tenía diecisiete años. Alguien le propuso a su mamá
llevarla a América. Una vida más promisoria, más posibilidades para crecer
culturalmente y salir de esa vida dura de campo que no era para ella, frágil de
salud.
Aceptó
con alegría y como despedida dijo: -“Prepárese madre. En dos años devolveré el
dinero que nos prestaron para que yo pueda viajar, y luego todos mis esfuerzos
estarán puestos en llevarla conmigo. Vaya preparando su valija, falta poco. Se
abrazaron con la emoción de una madre y una hija que tienen que separarse quién
sabe hasta cuándo. En pocos días, llegó a un lugar de la Provincia de Buenos
Aires, Argentina.
La
primer parte de su promesa la cumplió. Devolvió peseta por peseta el dinero que
adeudaba. El trabajo aquí también era pesado. Limpiar para otros y recibir
órdenes no era grato, pero quedaba otra promesa para efectivizar. Cuando ya
faltaban unos pocos pesos para terminar de pagar el viaje de su mamá, recibió
una carta escueta y dolorosa: - “Lamento mucho comunicarte querida hermana, que
madre murió ayer. Hoy efectuamos sus exequias. Paciencia y fortaleza. Te
queremos” –
Lloró
como se llora la falta de una madre y más, porque también lloraba por un sueño
Perdido.
Al
poco tiempo se casó con un compañero de viaje y vecino del lugar donde había
nacido. Ellos querían tener un hijo, pero el sueño se derrumbaba mes tras mes.
Tal vez en el otro..... Decían para consolarse, y tras diez años de casados ese
“Tal vez” se hizo realidad nuevamente, y una niña vino a alegrar sus vidas. Así
pasaron muchos años, hasta que un día partió a encontrarse con su amada madre.
Mamá
querida: Tal vez, en cualquier momento, nos juntemos las tres para abrazarnos,
besarnos y no separarnos nunca más.
Elsa Lorences de Llaneza
(La
foto es de la casa donde nació mi mamá hace más de 100 años, ahora convertida
en Parador para los caminantes que van hasta la Catedral de Santiago Apóstol.)
*Este
relato recibió el Premio Literario Juan Lucián de Narrativa Bonaerense.