Metí
todos mis días en un hatillo remendado
y me eché a andar.
Yo mismo hacía los caminos que me llevaban
lejos, mas allá de los bosques,
por la orilla del mar, por el mar mismo.
Y en el hatillo, al lado de los días míos,
—infancia, juventud, madurez, vejez—
iba metiendo el pan de las limosnas.
Alguna vez el pan estaba aún caliente y al tocarlo
resucitaba un día mío en el que, muy joven,
vi a una mujer hermosa que cogía flores en el jardín.
En el sur me agasajaban con vasos de vino.
Pero ya es tiempo de volver. Me canso, y ya no sé soñar.
Como una colmena hendida por un rayo
ya no enjambran las abejas en verano
dentro de mí. Sueños no hay, ni inquietudes.
En la vieja casa haré lumbre y le contaré a las llamas
de qué modo muere un vagabundo.
y me eché a andar.
Yo mismo hacía los caminos que me llevaban
lejos, mas allá de los bosques,
por la orilla del mar, por el mar mismo.
Y en el hatillo, al lado de los días míos,
—infancia, juventud, madurez, vejez—
iba metiendo el pan de las limosnas.
Alguna vez el pan estaba aún caliente y al tocarlo
resucitaba un día mío en el que, muy joven,
vi a una mujer hermosa que cogía flores en el jardín.
En el sur me agasajaban con vasos de vino.
Pero ya es tiempo de volver. Me canso, y ya no sé soñar.
Como una colmena hendida por un rayo
ya no enjambran las abejas en verano
dentro de mí. Sueños no hay, ni inquietudes.
En la vieja casa haré lumbre y le contaré a las llamas
de qué modo muere un vagabundo.
ÁLVARO
CUNQUEIRO MORA
(Novelista,
poeta, dramaturgo, y periodista gallego)
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