Estaba
acodado en la barandilla del barco, en un lugar que se encontraba
solitario. Lejos del mundanal ruido de las gaitas, las castañuelas,
los pasodobles y las risas de los emigrantes que, como él, esperaban
el arribo a otro mundo, a otra vida. Las
olas que levantaba la nave le hacían pensar en la espuma que hacía
su madre cuando lavaba a mano la ropa, arrodillada en aquel riacho
situado a metros de su casa. Cerró
los ojos y la vio caminando hacia ella con el tacho de ropa limpia
sobre su cabeza haciendo equilibrio para que no se le cayera. Siempre
admiró su fortaleza.
Sin
abrir sus ojos vio su casa, como si la tuviera enfrente, metida entre
las montañas de su Asturias natal.
El paisaje era hermoso ahora que lo
miraba de lejos, pero había sido difícil llevar a pastar las vacas
y los bueyes por esas angostas subidas y bajadas de los caminos.
Volvió a pensar en Rosa, su mamá cuando falleció de fiebre
española dejando a tres niños pequeños. ¡Cuánto la había
llorado! Pero la vida continuó y Paco, su papá, se volvió a casar
con otra mujer que le había dado 3 hijos más. María era buena con
ellos y los quería como a sus propios hijos, pero un día él
sintió ganas de otros aires y decidió irse.
Se
sentía triste, pero con una tristeza esperanzadora. Hablaban tanto
en el pueblo de Argentina como tierra de promisión, que ya se veía
un potentado. Lo primero que haría sería comprarse una casa y un
coche y luego traer a sus hermanos a los que también les compraría
la casa. El coche que se los compraran ellos con los buenos sueldos
que ganarían. Lo importante es que salieran de esos trabajos rudos
de montaña que no eran para pequeños. Además
él quería crecer, estudiar, Sentía en su alma un hálito de poeta
que en su casa no podía desarrollar. Apenas había podido terminar
el primario. Pero
a pesar de todos sus sueños y esperanzas, el despegue era duro. Ya
no se veían las costas de España.
Solo
agua en el horizonte y su corazón achicado de angustia. ¿Habré
hecho bien? - se preguntaba entre las lágrimas que habían empezado
a correr por su cara.
Sin
embargo un pensamiento le hizo cambiar de expresión. Se secó las
lágrimas con las mangas de la camisa y comenzó a recordar a esa
chica que iba en el barco. Era de su misma edad y lo había
flechado. Si bien ella coqueteaba y se reía, cuando el se le
acercaba, veía en sus ojos una chispita que le decía que no le era
indiferente. Amor de muchacho solo, se decía. Quién sabe que
pasaría cuando llegaran a Buenos Aires.
Estaba
en estas elucubraciones, cuando apareció José, su compañero de
travesía que venía corriendo y gritando: “Avelino, Avelino, ven,
ya se divisan las costas de Buenos Aires”- Corrió con él.
Argentina, tan soñada, la que le iba a dar todo y más. Se
fue a la habitación que le habían designado en tercera clase y tomó
el traje más nuevo que llevaba. Volvió a donde estaba el grupo y
revoleándolo lo tiró al Río de la Plata. Era el tributo a esa
nueva tierra que lo albergaría a partir de ahora. Cuando
pisó tierra e hizo los trámites de aduana, se dio cuenta que en el
revuelo había perdido de vista a esa chiquilla que lo había
enamorado toda la travesía.
Pasaron
dos años de luchas y de trabajo que, si bien no eran tan rudos como
los que hacía en España, también le demandaban muchísimos
esfuerzos. Hacía changas cuando se presentaban, comía cuando podía
y dormía en una pensión de mala muerte. Había que vivir y no era
fácil. ¡Cuantas veces se acordó del traje que tiró al río! ¡Qué
estupidez había cometido! No sabía si en algún momento iba a tener
el dinero para comprarse otro.
Cierto
día, cuando ya su vida se había convertido en padecimiento, se
encontró
en casa de unos “paisanos” con la niña del barco, y
fue mirarse nuevamente a los ojos y allí supieron que nunca más en
la vida se desligarían. Hasta que la muerte los separe, juraron
Avelino y María del Rosario en la Iglesia de San Pablo de Capital a
los 22 años.
Rosario
tampoco lo había pasado bien. De princesa de su casa, aunque tenía
que cuidar las ovejas, pasó a chica para todo servicio, como se las
llamaba despectivamente a las inmigrantes. Tuvo que cambiar repetidas
veces de casas porque los patrones se querían abusar de ella.
¡Cuánto había llorado! ¡Cuántas veces pensando en regresar pero
no podía juntar el dinero para el pasaje! Ahora eran dos para luchar
y se sentía más protegida. Fueron
tiempos difíciles. En lugar de la casa soñada por Avelino, tuvieron
que ir a vivir a un conventillo. Casa larga como chorizo (le decían)
con muchas piezas y en cada una se acomodaba como podía una familia,
que podían ser dos, tres o cuatro personas, un solo baño y una sola
cocina. Cola para el baño, horario para cocinar. Era denigrante
vivir así. Avelino sufría porque quería bajarle el cielo a
Rosario, pero solo podía ofrecerle esa mísera vida.
Trabajaban
duro los dos. Avelino había podido colocarse como camionero de un
frigorífico y ella en una fábrica de medias. Por lo menos tenían
un sueldo a fin de mes y se estaban estabilizando poco a poco.
Sin
embargo algo ansiaban con toda el alma, más Avelino que, todos los
meses, veía derrumbarse sus esperanzas. Durante diez años esperaron
en vano. Sus sueños ya se habían casi disecado cuando recibieron la
noticia. ¡Iban a tener un hijo!
Él
no podía con su alegría. Se lo contaba a todo el mundo. Lo sabían
todos los comerciantes del barrio. También sabían que la ilusión
más grande era que Dios les enviara una nena. ¿Qué hubiera sido de
Avelino si hubiera nacido un varón? Nunca se supo porque el Señor
escuchó sus ruegos y les envió una niña. Ahora tenía que trabajar
más que nunca, porque Rosario se tenía que ocupar de la pequeña y
había que cambiar de casa, porque no podían tener a su princesita
viviendo en esas condiciones infrahumanas.
Y
así fue. En el trabajo lo ascendieron, el sueldo aumentó y al fin
pudieron alquilar un departamento donde estaban solos. Se hicieron
socios del Centro Gallego para cuidar su salud y del Centro Asturiano
donde, todos los domingos, se encontraban con sus queridos paisanos e
intercambiaban vivencias mientras rememoraban su tierra natal y
bailaban algún que otro pasodoble.
Los
años fueron pasando como golondrinas que emigran pero que nunca
regresarán. Avelino pudo cumplir su sueño de traer a sus hermanos,
menos uno que quiso quedarse con sus padres.
Elsa
crecía y ya iba a la escuela primaria, mientras su papá le hablaba
de Asturias, de sus romerías, de la Virgen de Covadonga y de sus
paisajes. A los siete años la anotaron en bailes españoles
y recitado.
Al
mismo tiempo, Avelino, comenzó a sentir nuevamente en su interior la
llamita del arte, más precisamente de la poesía. Un Don muy hermoso
le había regalado Dios, pero él, en su humildad, no sabía
reconocerlo. Quería escribir. Transportar al papel lo que sentía en
su alma, pero no tenía estudios suficientes. ¿Cómo hacer?.
Un
día apareció en su casa con un diccionario. Se lo había comprado
para ayudarse con la ortografía. Lo demás era obra de Dios.
Y
las palabras nacían a borbotones, sin pensar y esas palabras iban
formando versos con rimas. Y así fue dedicando poemas a todos los
pueblos y a las cosas más queridas de su Asturias natal. A su vez,
su hija, ya recitadora, los iba representando en el Centro Asturiano.
Un
día Avelino, que había progresado en su trabajo medianamente y
tenía un negocio en la localidad de Martínez, se dio cuenta que
estaba para más, y como el viaje de ida y vuelta era largo, se
dispuso a escribir una obra de teatro.
En
su casa todos sus familiares se quedaron con la boca abierta. ¿Casi
un ignorante y con pretensiones de escritor!, decían algunos.
Si, era demasiado ambicioso, pero el Don de Dios estaba con él.
Todos los días, en su viaje en tren y luego en colectivo, ayudándose
con el mataburros, como llamaba a su diccionario, fue dando forma a
una obra típicamente asturiana. Los personajes un poco inventados y
un poco vividos y el resto una comedia de enredos pueblerinos. Cuando
la terminó, la presentó a las autoridades de Cultura del Centro
Asturiano y siendo aprobada, comenzaron los ensayos para
representarla. En Septiembre, día de la Virgen de Covadonga. Su
hija, la protagonista, dado que en esa época estudiaba teatro,
compartió con su padre las mieles de su triunfo.
El
salón lleno de gente. Familiares, amigos y paisanos que querían
saber que había salido de la pluma de ese hombre inmigrante,
campesino y sin estudios. Al final de la obra, todo el mundo se paró
y lo ovacionó y las lágrimas corrían por las mejillas curtidas de
Avelino.
Dos
años después se repitió lo mismo con otra obra, con distinta
temática. En el escenario las gaitas, las panderetas, los vestidos
típicos, las madreñas y las canciones asturianas, humedecían los
ojos del público que, otra vez respondió masivamente a la
convocatoria.
Ese
puñado de hombres y mujeres, todos ellos emigrantes, que recordaban
con alegría y nostalgias sus años mozos en esa tierra asturiana que
nunca jamás sería olvidada.
Pasó
poco tiempo cuando Avelino recibió otra gran alegría. Su hija se
casaba con otro asturiano, de Mieres. ¿Puede un asturiano sentir más
placer que ver a su hija casada con otro asturianín?. Eso al menos
reflejaba la cara de Avelino cuando veía a Elsa y a Manuel juntos.
Sin casa, sin auto, pero su mejor obra y su mayor tesoro estaba allí,
vestida de blanco dando el sí para toda la vida, como había hecho
él con Rosario hacía muchos años atrás.
Lamentablemente
una triste noticia vino a empañar todas estas alegrías. Paco, su
padre se estaba muriendo y quería verlo. Y allí fue. Regresar a
Asturias, después de tantos años, para ver morir a su padre, fue
movilizador. Demasiado movilizador y Avelino regresó a la Argentina,
pero ya nunca volvió a ser el de antes. Dejó de escribir, se jubiló
y se dio cuenta que esta tierra a la que el creía tan promisoria,
para él no lo había sido. No le había dado nada material. Ni casa,
ni coche, ni había podido conservar su negocio porque una ley había
declarado zona residencial donde se hallaba situado y había perdido
todo.
Todo
esto lo cambió por una jubilación de miseria después de tantos
años trabajados.
Cuando
su hija y su yerno tuvieron que aportar para ayudarlos a vivir,
Avelino se enfermó. Lo único que lo consolaban eran sus nietos
Javier y Nancy a los que quería con locura y alegraron sus últimos
años de vida.
Su
enfermedad se fue agravando. Un Parkinson y luego una demencia senil,
lo fueron dejando sin recuerdos. Su España y el terruño que tanto
amó, se fueron desdibujando de su memoria y ya no recordaba las
gaitas, ni las madreñas, ni conocía a su propia hija. Su
esposa lo cuidaba día y noche y cumplió el juramento de: “Para
toda la vida”.
Un
mes entero estuvo Avelino en coma, en una pieza de hospital
acompañado todo el día por su hija que varias veces lo vio sonreír
levantando la cabeza, sin abrir sus ojos, hacia la esquina de la
habitación.
¿Qué
estaría viendo? Se preguntaba Elsa con infinito dolor. ¿A sus
padres que lo venían a buscar? ¿A su casa y los campos verdes de su
Asturias natal? ¿A aquella moza que lo cautivara en la travesía del
barco? ¿Se sonreiría de su traje en el agua, o estaría viendo a
su gente querida aplaudiendo sus obras de pie en el inmenso salón de
Centro Asturiano?
De
cualquier manera, papá querido, vieras lo que vieras, te fuiste
rodeado del amor de tus parientes, amigos y paisanos, que vieron en
vos el ejemplo de un hombre probo, que si bien no llegó a lograr sus
sueños de grandeza, dejó en esta tierra de promisión, lo mejor que
un hombre puede legar: tu familia, en la cual seguirás viviendo y tu
propia vida de trabajo fecundo y decente.
Elsa
Lorences de Llaneza
HAY MARGA, MARGA. ¡CÓMO ME ESTÁS HACIENDO LLORAR! AMIGA MÍA. HACÍA TANTO TIEMPO QUE NO LEÍA ESTO QUE ESCRIBÍ QUE LO SIENTO COMO SI LO HUBIERA HECHO OTRA PERSONA. ¡CUÁNTOS RECUERDOS! ¡QUÉ BIEN ADORNADO CON TUS FOTOS Y QUE MARAVILLA LA ROSA ROJA! ¿SABES UNA COSA? MI MAMÁ SE CASÓ CON UNA ROSA BLANCA EN SUS MANOS. ERES SABIA MARGA, INTELIGENTE, ARTISTA. ME HAS ADORNADO UN LIBRO. NO SE COMO AGRADECERTE AMIGA. GRACIAS DIOS POR HABERNOS JUNTADO. DIOS BENDIGA TODOS TUS DONES.
ResponderEliminarHermoso relato que ya no recordaba. Eternamente agradecida a mis abuelos Avelino y Rosario por traer al mundo a una maravillosa mujer que tengo la gracia de que sea mi Madre. Gracias por enseñarme el valor de la familia. Abuelo no te imaginas lo que me hubiera gustado disfrutarte mucho mas, pero estas siempre en mi corazon con los pocos recuerdos que tengo atesorados en el. Los amo con toda mi alma, son 4 grandes personas que siempre la pelearon, orgullosa de mis abuelos Avelino y Rosario; y de mis padres Elsa y Manuel. Los amo 😚💕😍
ResponderEliminarGracias Hija por tan hermosas palabras. Tus abuelos deben de estar felices en el lugar donde nos están esperando. Dios bendiga tu vida y nunca te suelte de su mano. AMÉN.
ResponderEliminarMe alegra tantísimoooo que este relato haya sido el medio para decir tantas cosas hermosas. Un beso para las dos!
ResponderEliminarGracias querida amiga. Dios te bendiga.
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