Según
la leyenda, durante la construcción del Monasterio de El Escorial,
un misterioso perro negro aterrorizaba a los obreros por las noches,
obstaculizando las obras. Quizás el perro infernal protegía el
lugar, pues se ha atribuido a El Escorial el ser una de las puertas
del Infierno que se extienden por el mundo (otra de las cuales es la
ciudad italiana de Turín); ésta fue una de las razones por las que
Felipe II mandó construir el monasterio en este lugar: para mantener
cerrada dicha puerta.
El
perro fue encontrado y se ordenó que se le ahorcase en una de las
torres del monasterio, donde permaneció mucho tiempo.
Cuando
Felipe II regresó definitivamente a El Escorial para morir, desde su
lecho de muerte (acompañado de multitud de reliquias de santos),
siguió oyendo los ladridos de ese perro infernal, que ya había sido
muerto hacía
años.
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