Subí
los escalones como pude. Apagamos las cámaras antes los insistentes
carteles de No filmar y no tomar fotografías y me tiré,
literalmente, sobre el primer asiento de la mano izquierda. Al lado
mío mi esposo.
¡Oh,
Dios, si mis palabras pudieran ser foto o película para que usted
que está leyendo pudiera ver esto! No solamente por lo bello, sino
sentir en su corazón la paz y la emoción que yo siento en estos
momentos al mirarla a Ella, tan pequeñita (50 cm.) Obra del siglo
XVIII con el niño en su brazo izquierdo y una rosa de oro en su mano
derecha. Un manto rojo bordado en dorado y un vestido blanco con una
enorme Cruz en el pecho también dorada y en su cabeza una bellísima
corona para que, el Himno de la Madre de Dios pueda proclamarla: "Bendita Reina de nuestras montañas que tiene por trono la cuna de España". La Virgen está sostenida sobre tres cabezas de ángeles. Realmente Madre, tu rostro es tan dulcísimo que tiene razón la canción popular Astur: "La Virgen de Covadonga es pequeñísima y galana y aunque bajara del cielo no hay pintor que la pintara".
Sobre
el lado izquierdo del altar está colocado el sillón episcopal sobre
dos simpáticos oseznos. La pequeña Sacristía tiene forma de
capilla con campanario. Del techo cuelgan dos lámparas que
reproducen la corona votiva de chindasvinto, del tesoro de quarrazar
y sobre el lado izquierdo un preciosísimo ambón del Evangelio, con
una pieza de bronce en forma de águila. Cierra todo una balustrada
de hierro forjado por donde, asomándose, se ve una caída de agua.
Mientras
con los ojos hacía la recorrida de toda esta hermosura, vi a mis
primos que habían llegado primero y se habían sentado junto con
otros dos turistas en unos asientos delante del altar. Lugar
privilegiado si los hay. También vi que un sacristán acondicionaba,
en una mesa sobre un costado los cálices, la vinagrera y los
purificadores, por lo que supuse que iba a celebrarse la misa. No
podía creerlo. Iba a tener la posibilidad de escuchar misa en
Covadonga. Después de todas las Diosidades que Dios me regaló en
Montserrat y en Santiago de Compostela, esto ya era como demasiado.
“¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?”. En ese momento se acercó mi prima y me dice:
-Elsa,
van a celebrar misa ¿Por qué no te ofrecés para leer? ¡Lo hacés
tan lindo!
-No
Mary, como puedo tomarme ese atrevimiento.
-Pero
si lo hiciste en Santiago.
-Sí,
pero allí me invitaron y aquí no.
-Intentalo
al menos. Y me dejó la inquietud.
Dentro
de mí se desarrolló una pelea: ¿Cómo voy a pedir que me dejen
leer? ¿Quién soy yo? Y otra voz que me decía: ¿Y por qué no?
Inténtalo, el no ya lo tienes. Y bueno ganó esta última. Me
levanté, crucé la Santa Cueva hasta la Sacristía y justo al llegar
salía el Sacristán: – Aquí no se puede entrar señora – me
dijo.
–No,
perdóneme, no quería entrar. En realidad yo desconozco como se
desarrollan las misas aquí porque vengo de Argentina, pero de ser
posible me gustaría leer la Lectura.- Le contesté yo.
Inmediatamente me arrepentí de haberme atrevido a semejante
petición. Sin embargo lo que oí me dejó petrificada:
-Cómo
no señora, la Lectura y el Salmo por favor. Tome asiento que yo le
aviso.
–Gracias
– dije sin voz y fui a sentarme junto a Manolo sin dejar de asentir
cuando pasé ante mi prima que esbozó una sonrisa.
No
le dije nada a mi marido cuando se interesó sobre lo que había
preguntado, pero me desembaracé de la máquina de fotos y de mi
cartera y supuse que había comprendido.
Comienza
la misa y en el momento adecuado me levanto y leo. Todavía no
comprendo como ni en Santiago, ni aquí, me tembló la voz, pero
cuando terminé y me fui a sentar, otra vez la congoja de la emoción
y el llanto. Algo tan intensamente esperado, vivido e impensado. ¡Oh
Madre! No puedo creer que esto me esté pasando a mí. Tal vez era
necesario esperar tanto tiempo para ahora poder recoger los frutos de
la espera.
Abrazada
a mi esposo, que trataba de contener mi emoción, llegó la Comunión
y con la bendición final terminó la misa.
Mis
primos vinieron y me abrazaban y yo no paraba de llorar. La poca
gente que había se estaba retirando. Me paré delante del altar,
hice la señal de la Cruz y le tiré un beso a la Santina. Cuando
vamos a irnos, una señora que se estaba levantando del banco, me
para y me dice: -Señora sáquese una foto con la Virgen.
–No
se puede señora-, le conteste yo, están prohibidas las cámaras.
-Pero
usted tiene que sacarse una foto con la Virgen-, insistió la señora.
Un poco molesta volví a dar la contestación anterior, entonces ella
me dijo: -Espere un segundo- y se metió en la Sacristía. Al minuto
sale y me dice: - Ya tiene permiso, puede sacársela-. Media dudosa
todavía le di las gracias y Manuel se dispuso a sacarme una foto
delante del altar.
-No-,
volvió a hablar la señora – ahí no, arriba del altar.
–Pero
señora no puedo es irrespetuoso.
-Yo
le digo que se saque arriba del altar- dijo con tono imperioso y con
la misma se dio vuelta y se retiró.
Mis
primos me incitaban para que lo hiciera. Manuel con la cámara en la
mano parecía decirme -¿Qué hago?- Pero yo todavía dudaba. En eso
sale el Sacristán y le cuento lo de la señora y le pregunto si está
bien, a lo que me contesta: -Sí señora, arriba del Altar la foto
por favor.
Yo
que creo tanto en los ángeles ¿Cómo no me di cuenta que esa señora
era mi ángel guardián? Por supuesto aprovechamos demasiado el
permiso y nos sacamos muchas fotos con la Virgen.
Sé
que me quedaron muchas cosas sin ver en Covadonga, pero cuando me iba
pensé: Aunque nunca vuelva a verte ¨Quién podrá nunca olvidarte Madrecita de mi alma!
Elsa
Lorences de Llaneza
Gracias Elsa por compartir este bello momento!
Gracias a tí Marga. Eres muy generosa. Volver a revivir esos momentos me emocionó tanto! Ojalá la Santina bendiga a todos los que lean este blog y les de fuerzas para seguir caminando este mundo a veces un tanto complicado. Bendiciones Elsa
ResponderEliminar